Inteligencia Emocional - Español | Inglés

Crítica a Daniel Goleman

En esta pagina voy a colectar mis críticas a Daniel Goleman y su concepto de inteligencia emocional. Tengo mucho en mi pagina en inglés, y si deseas puedes traducirlo a español con Google.


Uno de los muchos problemas con Goleman es que en su libro de 1995 él dijo al público que la habilidad de "control de los impulsos" es una parte importante de la definición de inteligencia emocional. La verdad es que nadie en la comunidad académica ha incluido esto en la definición de IE.

En su libro, Goleman tiene un ejemplo de un estudio de golosinas que muestra, supuestamente, que los niños que pueden controlar sus impulsos son mas exitosos. Muchas personas copiaron lo que Goleman escribió sobre esto y implicaron o dijeron, equivocadamente, que la habilidad de controlar los impulsos es parte de IE y ahora muchas personas creen eso, pero no es correcto.

Pero la realidad es que no hay ningún científico académico de inteligencia emocional que este de acuerdo con Goleman sobre esto. Goleman inventó su propia definición de IE y sigue promocionándola hasta hoy día, sin respeto a los científicos.

Mi opinión es que Goleman no quiere admitir que su definición no está aceptada por los científicos, porque él está ganado mucho dinero de ella. Los académicos por su parte, en general, están un poco mas interesados en la verdad y menos interesados en el dinero.

Algo interesante es que después de 1995 Goleman cambió su definición de IE, pero la cambió para vender mas libros a las corporaciones y empresas grandes. Otro día escribiré sobre esto y sobre porque llamo a su nueva definición de IE "la definición corporativa."

Los científicos más respetados en el mundo sobre IE son Jack Mayer y Peter Salovey. Según mis conversaciones con Jack Mayer y también según autor Annie Paul, Goleman pidió permiso de Peter Salovey para usar el termino inteligencia emocional. Salovey y Mayer han escrito sobre este concepto en el año 1990, cinco años antes del libro de Goleman.
Salovey le dio permiso a Goleman, pero Goleman cambió demasiado el concepto de IE en su libro. Mayer y Salovey se sentían muy decepcionados al leer el libro de Goleman.

Con respeto al test de los golosinas que Goleman hizo famoso en su libro, Mayer y Salovey nunca han dicho que el control de impulsos es un parte de IE. En mi pagina en inglés tengo una copia completa de su 1997 modelo de IE. En inglés este modelo se llama el "Four Branch Model".
Yo busqué el modelo por los palabras que Goleman usa en su cuento de las golosinas, como "control de los impulsos" y "demorar la gratificación" y no encontré nada. En otras palabras, ni el control de los impulsos o la habilidad de "demorar la gratificación" es parte de la definición de Mayer y Salovey.
El ejemplo de los golosinas es interesante y entretenimiento, pero como mucho que escribió Goleman en su libro tan popular de 1995, no tiene nada que ver con inteligencia emocional.

Pasaje del libro sobre las golosinas


Las Golosinas - Pasaje del 1995 libro de Goleman

EL CONTROL DE LOS IMPULSOS: EL TEST DE LAS GOLOSINAS

Imagine que tiene cuatro años de edad y que alguien le hace la siguiente propuesta: «ahora debo marcharme y regresaré en unos veinte minutos. Si lo deseas puedes tomar una golosina pero, si esperas a que vuelva, te daré dos». Para un niño de cuatro años de edad éste es un verdadero desafío, un microcosmos de la eterna lucha entre el impulso y su represión, entre el id y el ego, entre el deseo y el autocontrol, entre la gratificación y su demora. Y sea cual fuere la decisión que tome el niño, constituye un test que no sólo refleja su carácter sino que también permite determinar la trayectoria probable que seguirá a lo largo de su vida.

Tal vez no haya habilidad psicológica más esencial que la de resistir al impulso. Ese es el fundamento mismo de cualquier autocontrol emocional, puesto que toda emoción, por su misma naturaleza, implica un impulso para actuar (recordemos que el mismo significado etimológico de la palabra emoción, es del de «mover»). Es muy posible —aunque tal interpretación pueda parecer por ahora meramente especulativa— que la capacidad de resistir al impulso, la capacidad de reprimir el movimiento incipiente, se traduzca, al nivel de función cerebral, en una inhibición de las señales límbicas que se dirigen al córtex motor.

En cualquier caso, Walter Misehel llevó a cabo, en la década de los sesenta, una investigación con preescolares de cuatro años de edad —a quienes se les planteaba la cuestión con la que iniciábamos esta sección —que ha terminado demostrando al extraordinaria importancia de la capacidad de refrenar las emociones y demorar los impulsos. Esta investigación, que se realizó en el campus de la Universidad de Stanford con hijos de profesores, empleados y licenciados, prosiguió cuando los niños terminaron la enseñanza secundaria. Algunos de los niños de cuatro años de edad fueron capaces de esperar lo que seguramente les pareció una verdadera eternidad hasta que volviera el experimentador. Y fueron muchos los métodos que utilizaron para alcanzar su propósito y recibir las dos golosinas como recompensa: taparse el rostro para no ver la tentación, mirar al suelo, hablar consigo mismos, cantar, jugar con sus manos y sus pies e incluso intentar dormir. Pero otros, más impulsivos, cogieron la golosina a los pocos segundos de que el experimentador abandonara la habitación.

El poder diagnóstico de la forma en que los niños manejaban sus impulsos quedó claro doce o catorce años más tarde, cuando la investigación rastreó lo que había sido de aquellos niños, ahora adolescentes. La diferencia emocional y social existente entre quienes se apresuraron a coger la golosina y aquéllos otros que demoraron la gratificación fue contundente. Los que a los cuatro años de edad habían resistido a la tentación eran socialmente más competentes, mostraban una mayor eficacia personal, eran más emprendedores y más capaces de afrontar las frustraciones de la vida. Se trataba de adolescentes poco proclives a desmoralizarse, estancarse o experimentar algún tipo de regresión ante las situaciones tensas, adolescentes que no se desconcertaban ni se quedaban sin respuesta cuando se les presionaba, adolescentes que no huían de los riesgos sino que los afrontaban e incluso los buscaban, adolescentes que confiaban en sí mismos y en los que también confiaban sus compañeros, adolescentes honrados y responsables que tomaban la iniciativa y se zambullían en todo tipo de proyectos. Y, más de una década después, seguían siendo capaces de demorar la gratificación en la búsqueda de sus objetivos.

En cambio, el tercio aproximado de preescolares que cogió la golosina presentaba una radiografía psicológica más problemática. Eran adolescentes más temerosos de los contactos sociales, más testarudos, más indecisos, más perturbados por las frustraciones, más inclinados a considerarse «malos» o poco merecedores, a caer en la regresión o a quedarse paralizados ante las situaciones tensas, a ser desconfiados, resentidos, celosos y envidiosos, a reaccionar desproporcionadamente y a enzarzarse en toda clase de discus iones y peleas. Y al cabo de todos esos años seguían siendo incapaces de demorar la gratificación.

Así pues, las aptitudes que despuntan tempranamente en la vida terminan floreciendo y dando lugar a un amplio abanico de habilidades sociales y emocionales. En este sentido, la capacidad de demorar los impulsos constituye una facultad fundamental que permite llevar a cabo una gran cantidad de actividades, desde seguir una dieta hasta terminar la carrera de medicina. Hay niños que a los cuatro años de edad ya llegan a dominar lo básico, y son capaces de percatarse de las ventajas sociales de demorar la gratificación de sus impulsos, desvían su atención de la tentación presente y se distraen mientras siguen perseverando en el logro de su objetivo: las dos golosinas.

Pero lo más sorprendente es que, cuando los niños fueron evaluados de nuevo al terminar el instituto, el rendimiento académico de quienes habían esperado pacientemente a los cuatro años de edad era muy superior al de aquéllos otros que se habían dejado arrastrar por sus impulsos. Según la evaluación llevada a cabo por sus mismos padres, se trataba de adolescentes más competentes, más capaces de expresar con palabras sus ideas, de utilizar y responder a la razón, de concentrarse, de hacer planes, de llevarlos a cabo, y se mostraron muy predispuestos a aprender. Y, lo que resulta más asombroso todavía, es que estos chicos obtuvieron mejores notas en los exámenes SAT. El tercio aproximado de los niños que a los cuatro años no pudieron resistir la tentación y se apresuraron a coger la golosina obtuvieron una puntuación verbal de 524 y una puntuación cuantitativa («matemática») de 528, mientras que el tercio de quienes esperaron el regreso del experimentador alcanzó una puntuación promedio de 610 y 652, respectivamente (una diferencia global de 210 puntos).”

La forma en que los niños de cuatro años de edad responden a este test de demora de la gratificación constituye un poderoso predictor tanto del resultado de su examen SAT como de su CI; el CI, por su parte, sólo predice adecuadamente el resultado del examen SAT después de que los niños aprendan a leer. “Esto parece indicar que la capacidad de demorar la gratificación contribuye al potencial intelectual de un modo completamente ajeno al mismo CI. (El pobre control de los impulsos durante la infancia también es un poderoso predictor de la conducta delictiva posterior, mucho mejor que el CI.)”' Como veremos en la cuarta parte, aunque haya quienes consideren que el CI no puede cambiarse y que constituye una limitación inalterable de los potenciales vitales del niño, cada vez existe un convencimiento mayor de que habilidades emocionales como el dominio de los impulsos y la capacidad de leer las situaciones sociales es algo que puede aprenderse.

Así pues, lo que Walter Misehel, el autor de esta investigación, describe con el farragoso enunciado de «la demora de la gratificación autoimpuesta dirigida a metas» —la capacidad de reprimir los impulsos al servicio de un objetivo (ya sea levantar una empresa, resolver un problema de álgebra o ganar la Copa Stanley)— tal vez constituya la esencia de la autorregulación emocional. Este descubrimiento subraya el papel de la inteligencia emocional como una metahabilidad que determina la forma —adecuada o inadecuada— en que las personas son capaces de utilizar el resto de sus capacidades mentales.